El nombre
En
una carta, el autor le explicó a su hija Isabel que bautizó al
personaje con el nombre Martín en homenaje a dos personas: su tío de él,
Juan Martín de Pueyrredón y Martín Güemes. El apellido Fierro, por el
temple de fierro del gaucho de la pampa.
La obra
José Hernández no es sólo un poeta eminente con quien culmina el ciclo de los gauchescos. Hernández no se explica en función de sus predecesores. Es un ejemplo único en nuestra literatura. Por las condiciones de su personalidad y las circunstancias de su vida, ha resumido él solo en su obra genial, lo que podría haber sido un proceso dilatado en el curso de generaciones.
Hernández, con el Martín Fierro, irrumpió en la tradición gauchesca como una extraordinaria y colosal variante que relegó a segundo plano todo lo existente, pues el paisano recibió este canto como una expresión insuperable de su propia voz, capaz de interpretar su alma, de compadecerse de sus desdichas y hasta de señalar nuevo rumbo a su destino, a fin de que no sucumbiera en la dramática encrucijada histórica que estaba atravesando.
El escenario del Martín Fierro es la pampa, que hasta fines del s XIX estuvo dividida por una línea - a trechos difusa y cambiante, según las vicisitudes históricas - a la que se llamó la frontera; en esta franja trágica se sucedieron, en el curso de trescientos años, los choques, relaciones y contactos entre indios y blancos. Esta región enorme, extendida desde la Patagonia hasta Córdoba y desde la costa bonaerense hasta Cuyo, comprende lo que se llamó el desierto y también tierra adentro.
Ambiente histórico y social
La
llamada edad de oro del gaucho, la pampa sin alambrados ni fronteras en
la que se podía galopar a voluntad, bolear avestruces y potros, enlazar
y desjarretar ganado cimarrón y alzado, vivir con absoluta libertad y
mudar de pago aún teniendo que pelear cada tanto con los indios.
El poema no da referencias históricas precisas.
Si se admite la posibilidad de que la edad de oro tenga un sentido de evocación idealizada, no sería exagerado esbozar tres períodos para comprender el desarrollo total del poema: la época de Rosas, coincidente con aquella época feliz para el gaucho (hasta 1852); los gobiernos de Mitre (1862/1868) y de Sarmiento (1868/1874), bajo los cuales sufre el protagonista sus desdichas y la nueva era, que corresponde más al autor que a su obra, en la que se consolida la organización de la sociedad y la justicia, se abren perspectivas de trabajo y de paz con la definitiva conquista de la pampa y se afianzan las instituciones democráticas.
A
espaldas de la ciudad de fines del s XIX, modernizada y embellecida,
quedaba la pampa, que nada quería saber de tan súbitos prodigios. Los
gauchos quisieron seguir viviendo dentro de su mundo tradicional hasta
que la realidad del alambrado, el ferrocarril, de la inmigración en
masa, de las instituciones todavía amorfas y torpes vinieron a intimarle
rendición o muerte. Naturalmente, el gaucho, por ser quien era, no pudo
entregarse sin pelear. Nadie comprendió entonces que actuaba como mero
agente de un enorme y complejo proceso que se manifestaba en esos
choques de dos concepciones de la vida, de la economía, de la sociedad.
Una, que irradiaba de la urbe con urgencia perentoria; otra que se
aferraba al mundo configurado por la tierra y la tradición, al cual el
hombre había amoldado funcionalmente su vida, sus condiciones y sus
ideales.
De
ahí que la temible línea de la frontera vino a ser para el gaucho zona
de doble frente, al igual de terrible: hacia un lado, la sociedad y el
estado, con sus instituciones opresoras y la resaca de su elemento
humano, de todo lo cual el fortín era la expresión; hacia el otro,
tierra adentro, el dominio del indio, respecto del cual el gaucho fue a
su turno, agente de otro proceso paralelo al que él mismo sufría.
Contribuyó a su derrota y a su exterminio sin intentar comprenderlo, no
obstante que se trataba del señor legítimo de la pampa.
El idioma y su expresión
El idioma en que está escrito el poema es, desde luego, el castellano, pero con todos los matices propios del habla típica de los gauchos de la Provincia de Buenos Aires a mediados del s XIX.
Debe deslindarse el lenguaje del poema y del propio autor, hombre de ciudad y de gran cultura. Además y aún concediendo que la lengua gauchesca haya sido fielmente interpretada por el poeta, hay que recordar que el hablar campesino tenía variantes locales dentro de ese extensísimo ámbito geográfico y esto, sin contar las mutaciones a través de sucesivas épocas históricas. Por último, el habla gauchesca no equivale a la popular argentina, pues en el país hay regiones lingüísticas muy diferenciadas, léxica, sintáctica y prosódicamente.
Distinto
es el caso del habla del gaucho bonaerense, cuyas características más
notables derivan tanto de sus peculiares deformaciones prosódicas como
de conservatismos y arcaísmos castizos, que por momentos se aproximan al
castellano de los conquistadores
Apreciada
a través del poema, la llamada lengua gauchesca aparece robusta,
sentenciosa, elíptica, concreta, en todo lo cual se diferencia de
ciertas modalidades ciudadanas, especialmente porteñas, que tienden más
bien a la charlatanería, al tono oratorio, a la locuacidad, a la
redundancia, a la garrulería verbal. Ese tono de sustantividad no deriva
sólo de la sustancia de su contenido sino, también, literalmente, de la
mayor proporción de sustantivos frente a los relativamente escasos
adjutivos calificativos.
Predomina
el tono coloquial, es decir, no artificioso ni rebuscado, propio de lo
que pudo ser la conversación de los gauchos; por eso cobra a veces
íntima agilidad zumbona, conservando un modo exterior mesurado y
circunspecto, lo que le presta esa intraducible socarronería tan difícil
de captar.
El
poema está escrito en octosílabos, único verso que empleó Hernández,
incluídos su romance El viejo y la niña y el comentario al cuadro de
Blanez.
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